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La lucha de los artistas callejeros

Los nuevos tiempos son tan cínicos que cuando la calle nos regala melodías ni siquiera reparamos en ellas. Nuestra ignorancia convierte el leve quejido de un violín en ruido, el tímido trémolo de una guitarra en un componente más de ese  distante escenario sonoro que conforman las voces y el tráfico.



Y sin embargo, ellos, héroes anacrónicos que conforman el bando que batalla la guerra olvidada contra el ruido, siguen saliendo cada día a la calle para convertirla en escenario de su arte. Algunos apuntalados por la necesidad; otros, simplemente, movidos por una pasión que les devora desde dentro, que grita, que duele. Los hay que buscan suerte en España dejando atrás sus países y otros, autóctonos, que prueban suerte empujados por la crisis económica.



Todos ellos convierten las calles de Bilbao en un crisol de voces y sueños, instando a los transéutes a no dejarse conquistar por el asfalto.



Lo cierto es que Bilbao es una de las ciudades más atentas con las necesidades de estos héroes cotidianos. Así lo atestigua el guitarrista bonaerense Manuel Ricardez, que afirma que nuestra legislación está a años luz de otras ciudades de la península. El arte callejero está considerado aquí una actividad tutelada por el ayuntamiento.

El propio ayuntamiento tiene muy claro que la actividad que desempeñan estos artistas debe ser valorada. Así lo asegura Manuel Maíz, concejal de políticas ciudadanas del ayuntamiento de Bilbao.
Según Maíz, el marco legal trata de ser permisivo con los artistas. Obtener la licencia obligatoria no está sujeto a tasas económicas pero obliga a cumplir una serie de requisitos: fundamentalmente no superar los 45 minutos tocando en el mismo lugar, y respetar una distancia mínima a la que tienen que trasladarse tras ese tiempo. Por otro lado, se pide no ser agresivos en la petición de dinero.

Manuel está seguro de que los artistas que llevan a cabo su actividad en la villa tienen que estar muy agradecidos al ayuntamiento  De la misma forma, el ayuntamiento también tiene que

Lo que no se puede negar es que la crisis económica les afecta también a ellos. Veselka nota que últimamente a la gente le cuesta más ayudarla con donativos. Fernando, pintor de cuadros abstractos y coloristas, lo corrobora: "Esto va por temporadas. Una semana puedes llevarte mucho dinero y la siguiente apenas unos céntimos"

Sin embargo, es injusto escudarnos en razones económicas si queremos explicar por qué algunas personas deciden salir a la calle a probar suerte. Muchas veces la razón principal tiene nombre propio: pasión.



La misma pasión que llevó a Manuel a dejar atrás una exitosa carrera como analista y cartógrafo. El sentimiento visceral que llevó a Veselka a separarse de sus hijos. La llamada que ha llevado a muchos artistas a no resignarse a vivir una vida convencional.



Recuérdenlo cuando caminen por la calle. Agucen el oído entre el ruido y busquen en la música de estos artistas, en su voz, en sus gestos. Quizá encuentren ecos de espadas chocándose, cañones retumbando, y balas silbeantes. El arte para ellos es grito y lucha. Lucha contra el ruido al que adoramos. Grito para recordarnos que el arte esta vivo, presente en salas de cine y museos, en teatros y bibliotecas, pero quizá, si usted es capaz de apreciarlo, a la vuelta de la esquina.

agradecerles su esfuerzo para enriquecer la diversidad cultural de la villa. Manuel habla especialmente bien del colectivo rumano y africano, a los que considera grupos que conciben la música como una forma de expresión natural.

Lo que está claro para Manuel es que estos músicos llevan a las calles de Bilbao la alegría.

Es decir "alegría " e inmediatamente acordarse del particular caso de Pascual Díez, "un hombre del que todo  Bilbao ha oído hablar. Colabora en navidades como Rey Mago, tiene hijos, vive aquí en Bilbao y su vida profesional es esta. Utiliza la música como medio de vida, pero obviamente, Pascual es una excepción en este país y un personaje incorporado a la vida social de Bilbao".

 

Algunas de estas excepciones han conseguido erigirse como verdaderos símbolos, elementos estables dentro del entramado urbano.

Este es el caso de  la cantante búlgara Veselka, que dice sentirse amiga de todos los bilbaínos. Ella está segura de que la gente aprecia cuando algo está hecho "de corazón". Los halagos y agradecimientos de los viandantes le ayudan a olvidarse de su propio drama. No ha visto a sus hijos en casi cinco años. Por eso tiene la autoridad suficiente para denunciar que algunos peatones no son capaces de ver a la persona que hay detrás de toda voz, de todo trémolo, de toda nota. "La gente debe entender que también somos personas, con sentimientos, con necesidades, con gastos".



Cuando nos habla de sus gastos, surge la inevitable pregunta. ¿Cuánto gana un músico callejero? Las respuestas son variopintas. Algunos como Manuel dicen vivir por encima de la media. Otros como Veselka han de contentarse con subsistir, con ir tachando los días del calendario en una carrera contra el tiempo.



Lo del también guitarrista argentino Tom es caso aparte. Empuñando una sonrisa no sabemos si sarcástica o pícara, nos asegura que cualquiera que supiera cuánto se gana tocando en la calle se apresuraría a coger el primer instrumento que tuviera a mano.



 

Pocas veces reparamos en ellos pero son un fenómeno que está resurgiendo con fuerza en un tiempo poco propicio, un tiempo en el que el arte es menos valorado que nunca.  Son los artistas callejeros: héroes, símbolos y, sobre todo, personas.

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